Las estrategias más comunes para tratar con niños pobres y de la calle son:
Concebir al niño como un enfermo e incapaz, por lo que desconocen toda capacidad de reflexión y acción de éste y enfatizan únicamente su "anomalía". Lo grave es que no se determinan los criterios de evaluación y procedimiento para determinar tal incapacidad.
No hacer distinciones entre los niños y los problemas específicos que presentan, asumiendo que todos requieren del mismo tipo de intervención.
Tender a "criminalizar" o "penalizar" la vida en la calle.
Situar al niño como materia "dañada" y al adulto redentor como poseedor de la salud y bienestar. Esta situación genera graves estragos en el autoestima del niño, dejándolo en una situación de dependencia.
Normalmente el niño aprende rápidamente a "decir lo que el adulto quiere escuchar" para obtener la posibilidad de escapar.
Colocan el problema "dentro del niño" sin tomar en cuenta los diversos factores externos que influyen.
Construyen un "mundo falso" para el niño dentro de la institución, sin brindarle la oportunidad de relacionarse con su entorno.
Al ubicar el problema únicamente como interno presupone dos posibilidades: el niño deja la institución y se encuentra inhabilitado para desarrollarse adecuadamente o bien, el niño requiere de una institucionalización indefinida.
Califican de nocivo la totalidad del ambiente del niño: familia, comunidad, etc. por lo que busca alejarlo y desvincularlo de él.
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